La carrera de Serif Sezer la ha consagrado como una de las artistas más reconocidas de Turquía. Su último papel es el de la tía Hattuc en Seyrán y Ferit, pero convertirse en actriz no fue algo fácil: tuvo que contravenir a su propio padre para lograrlo.

Oriunda de la ciudad de Bursa, Sezer era hija de dos agricultores del olivo que no tenían muchas perspectivas sobre su educación. Dos sucesos marcaron profundamente su infancia. 

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Escape por su futuro

Serif tenía una hermana gemela que perdió a temprana edad producto de la difteria, enfermedad que afecta puede inflamar las vías respiratorias y, de acuerdo a la Clínica Mayo, "puede trasmitirse fácilmente e infectar a quienes no estén vacunados".

Poco después sus padres se divorciaron y ella quedó al cuidado de su papá. Solo pudo cursar la educación primaria, porque la enviaron a un taller de costura para aprender un oficio. 

Su madre se había establecido en Ankara, la capital turca y desde ahí gestó el escape de su hija gracias a la ayuda de un amigo. Serif Sezer solo salió de casa con el diploma de la escuela básica y se fue a vivir con su progenitora a los 18 años.

El teatro

Decidida a estudiar, la joven inició la escuela secundaria y con clases especiales terminó el colegio para ingresar en un conservatorio de artes. Pero una vez casada, debió acompañar a su marido a París y se alejó del teatro. 

En la capital francesa debió utilizar sus conocimientos de costura para trabajar en casas de moda o posar como modelo para obtener algunas ganancias adicionales. Lejos de su patria y su pasión, Sezer se divorció y volvió a Turquía.

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